El despertador sonó como cada día a las 6.45, Toni se quedó remoloneando pocos minutos, luego se ducharía cantando la Traviata.
El olor a café recién hecho le recordó que hoy sería un buen día. En la cocina las tostadas ya estaban a punto, besó a mujer y desayunaron. Hasta la noche no se verían. Quedaron en que ella llevaría, hoy, los niños al colegio, él los recogería. Los papeles estaban cambiados por su nuevo horario.
Cogió su Audi y se dirigió a la consulta. No estaba acostumbrado al tráfico de la mañana. “Esto es horroroso” gritó, pero nadie lo oyó porque el volumen de su radio lo impedía. Un poco de Opera lo cura todo, se dijo. Aparcó el coche, miró el reloj y empezó a correr. Hoy no podía llegar tarde. Cruzó la puerta abierta de su edificio y el recibidor a gran velocidad. Oyó un buenos días que no pudo responder por culpa del mármol del suelo que hizo que se deslizará con más impulso del deseado hasta entrar en el ascensor que estaba a punto de cerrar sus puertas.
Una mujer castaña con el pelo recogido se miraba en el espejo.
Hola, dijo el hombre intentando no resoplar. La mujer de unos vientilargos se volteó hacia él. Se acababa de pintar los labios de un color rosa pálido. A Toni le pareció un color poco agraciado para pintarse los labios, él los abría pintado rojo. ¿Acaso no son rojos los labios?
-Buenos días. ¿A que piso va?- preguntó la mujer bastante seca.
-Al decimosexto.- A ver si no somos tan bordes de buena mañana, pensó. Se fijó que el numero 12 estaba marcado, que suplicio, doce pisos con esta mujer con cara de malas pulgas.
Ella se apoyó en la pared izquierda, él situado en la esquina contraria, sin decir palabra. Miró sus zapatos marrones y pensó que debía ponerles betún. Se estaba limpiando un poco los mocasines con la parte trasera del camal de su pantalón cuando oyó un ruidito muy molesto. En realidad era casi imperceptible pero la mujer estaba haciendo girar su zapato derecho apoyado solo en el tacón. Ese grigri era insoportable.
-¿Qué calor, verdad?- mejor será que le diga algo, pensó.
- Si, sí, estos días parece que hace como bochorno.- respondió la chica dejando ir un pequeño suspiro que hizo sentir más cómodo a Toni.
-Y eso que los del tiempo dijeron que bajarían las temperaturas.
¡Bien! Pensó el hombre ha dejado de hacer ruiditos con su tacón.
-¡Uy los del tiempo! fíate tu, de los del tiempo.
La mujer le sonrió por primera vez. Que lastima que no lo hubiera hecho de buenas a primeras, tenia unos dientes perfectamente alineados que daban luz a su rostro. Esa sonrisa no podía ser de una mala persona y fue entonces cuando le picó la curiosidad.
-¿Trabaja aquí? Preguntó Toni.
-Sí, en el bufete de arquitectos. Dijo la mujer sorprendida. Posiblemente no esperaba esa clase de preguntas.
- ¡ah! ¿Arquitecta?
- No, de hecho soy aparejadora. ¿Y usted? No le he visto nunca en el edificio.
Toni no esperaba este cambio de tono tan brusco. Su reacción parecía más bien un ataque personal.
- Soy oftalmólogo. Tenemos la consulta en la planta dieciséis pero normalmente vengo por la tarde. Doctor Marín.
Intentó relajar el ambiente alargando la mano cortésmente.
-Carla Bru,- respondió la mujer, mucho mas afectuosa. Le estrechó la mano firmemente, tal y como se tiene que dar la mano. Sin sudores, ni tembleques, ni demasiado flácida y sin estrujar. Ni siquiera miró el apretón, su mirada iba dirigida a los ojos del Toni; aguantándola de modo desafiante. Él se sintió intimidado y no dijo ni una palabra más. Nada aterrorizaba más al señor doctor en esta vida que una mujer atractiva y segura de si misma.
Sin darse cuenta los dos desconocidos que antes se encontraban uno en cada extremo de la cabina ahora estaban tan cerca que el oftalmólogo podía percibir con la punta de sus dedos, la fina camisa de seda de Carla.
El hombre miró hacia arriba, marcaba el numero 9. Todavía no quería llegar pero tampoco quería hablar. Le gustaba tener a esa mujer cerca y poder oler su perfume con un toque a vainilla.
De repente sacándolo de sus imágenes oníricas, ella preguntó:
-¿Hace mucho que trabaja aquí?
¿Porque no me tutea?, se cuestionó Toni. ¿Creerá que soy muy mayor? No, debe ser por que no me conoce, claro. ¿Pero y si cree que soy demasiado mayor?
- La verdad es que hará ya unos doce años que abrimos la consulta, sí. ¿Puedo pedirte un favor?
-Claro, dígame.
Otra vez lo ha vuelto a hacer. “¡Dígame!” ha dicho. Se lo voy a preguntar. Ya está, se lo digo tal cual.
-No me llames de usted que no soy tan mayor.
Mierda, mierda, mierda, se lo he exigido, si parece que se lo ordene, creyó.
Pero al contrario de sus expectativas la mano de Carla encubría una incipiente carcajada.
-¿Que pasa? ¿Tan mayor te parezco?
Al ver la reacción del señor Marín la chica soltó sin silenciar más la carcajada contenida provocando la risa también del médico cuarentón. Una risa cómplice que compartieron durante dos segundos.
¡Clin! Se abrió la puerta. Encantado dijo él, encantada respondió ella y mientras la mujer se alejaba, a Toni le pareció oír un “No. No eres tan mayor” entre risitas.
Mar de Borja
la temptació
Fa 1 dia