Jaime estaba a punto de disparar la fotografía que llevaba 3 minutos calculando cuando le pareció ver un perro. La situación no tendría nada de extraño si el perro que se interpuso entre el objetivo y la fuente no fuera verde y hubiera pasado saltando y brincando como un acróbata de circo.
Jaime volvió a mirar y allí no había rastro de ningún perro, ya fuera verde o de otro color. Creyó que le habría cogido un golpe repentino de calor y se tumbó en la hierba del parque a la sombra de un árbol.
Cuando abrió los ojos deberían haber pasado un montón de horas porque ya oscurecía. Se asomaba la luna todavía bajo el manto del día, difuminada.
Jaime se la quedó mirando un buen rato hasta que notó algo mojado en la mano. En seguida la apartó y encontró al perro verde que había creído ver por la mañana con cara juguetona. Al lado de su mano, vio que el extraño perro le había dejado una pelotita de color naranja y sin pensarlo dos veces Jaime la lanzó. El perro saltarín corrió detrás de su pelota, desapareciendo así de su vista.
El chico se quedó pensando acerca de lo sucedido y sin querer siguió mirando la luna que ahora ya se veía en todo su esplendor. Era cuarto creciente, una rebanadita de melón muy, muy finita. Dicen que en el hemisferio sur la rebanada es al revés, como una sonrisa. La sonrisa de la luna.
De repente se empezó a vislumbrar un puntito verde que iba creciendo a medida que se acercaba a Jaime. Venia de la luna volando. “Será un insecto” pensó el chico y bajó la mirada, pero al cabo de un par de segundos no pudo resistir la curiosidad y volvió a mirar hacia el cielo. Era un hada que venia volando a gran velocidad.
- Aaaaah!!! Gritó ella al tiempo que caía encima de Jaime.
Antes de que este pudiera hacer o decir nada. Ella dijo apresuradamente:
- Lo siento, lo siento mucho. No quería caerme encima de usted, señor humano. Sabe lo que pasa? Quiere que se lo cuente? -Jaime la miro atónito y sin darle tiempo a responder, ella siguió.- Es que todavía no sé volar muy bien y no es porque no haya ido a todas las clases, eh? De verdad, de verdad. Lo que pasa es que me da un poco de miedo. Solo un poco, eh? En serio. Y claro como hoy me tocaba a mi vigilar a Verdi, el perro de nuestro pueblo…
Jaime no podía creer lo que veía. Una hada de unos 8 añitos del tamaño de su ante brazo estaba allí delante explicándole no se qué de manera atropellada y casi sin respirar. Era un hada de color verde. Toda ella era verde: su cara, sus manos, sus pequeñas alas, sus pestañas e incluso su lengua era verde!!
- Sr. humano, Sr. humano- oyó mientras el hada tiraba de su camiseta.- Me va a ayudar?
- Ayudar? Dijo Jaime.
- Sisi me va ayudar, me va ayudar!
- Pero a qué??
- A buscar mi perro Verdi
- Tu perro… no será de color verde, por casualidad?
- Si si si, dijo ella como cantando. Todo mi pueblo es verde.
- Como te llamas? preguntó Jaime.
- Me llamo Verdeluz.
- Pues yo me llamo Jaime.
- Ah pero… los humanos también tienen nombre?
Jaime soltó una carcajada, claro que tenemos nombre.
-Sabes? Antes he visto a tu perro.
- a Verdi?
- si, a Verdi.
- vamos, vamos, vamos a buscarlo. Corre, corre señor humano Jaime.
- de acuerdo señorita hada Verdeluz, dijo Jaime levantándose con una sonrisa en los labios.
- por donde, por donde, por donde lo has visto?
- creo… que le he tirado la pelota hacia allá, dijo señalando unos arbustos.
Los dos se dirigieron hacia estos.
De pie todavía se acentuaba mas la pequeñísima estatura de Verdeluz, ni siquiera llegaba a la rodilla de Jaime.
Al llegar a los arbustos encontraron a Verdi tumbado en la hierba y con las patas arriba esperando que le acariciaran. Verdeluz se puso a saltar de alegría cuando lo vio.
- hemos encontrado a Verdi, hemos encontrado a Verdi!! Decia medio canturreando.
Jaime vio la pelotita naranja escondida bajo un matorral y se la puso en el bolsillo del pantalón.
- Muchísimas gracias sr. humano Jaime, ahora ya puedo volver a mi pueblo.
Jaime se quedo callado un par de minutos pensando en todo lo ocurrido y dijo:
- como se llama tu pueblo?
- Greenland, mi pueblo se llama Greenland.
Aunque solo notó un ligero cosquilleo, Verdeluz le abrazó fuertemente la pierna, sobrevoló Verdi haciendo circulitos para que cayeran unos tornasolados polvos verdes encima de este.
Verdeluz empezó a coger altura y Verdi le fue siguiendo hasta que acabaron siendo dos puntos verdes, alcanzando la luna, en la oscura noche. Jaime se quedó mirando el espectáculo como si de una película se tratase; ni siquiera se despidió de su divertida amiga.
Al llegar a casa, Jaime se tumbó en la cama, estaba cansado. Se sacó los pantalones y pensó que todo habría sido un sueño y se dispuso a dormir. Cuando ya estaba durmiéndose, se levantó rápidamente de la cama y buscó su pantalón tirado en el suelo; puso su mano en el bolsillo y sacó una pelotita naranja. Aturdido, fue al baño a refrescarse la cara y vio que tenía pequeños puntitos verdes, como purpurina. Se volvió a mirar en el espejo, volvió a la cama, puso la pelota bajo la almohada y con una gran sonrisa se quedó dormido.
Escrito por: Mar de Borja